El fauvismo

Pero situémonos ahora en el contexto histórico un poco mejor. Viajamos al pasado y nos encontramos en noviembre del año 1905, hace mucho más de un siglo, en el Gran Palacio de París. En este lugar se realiza la Tercera Exposición Artística del Salón de Otoño, una exposición que se inició en 1903 y que se ha seguido celebrando anualmente hasta el día de hoy.

En dicho evento, miembros fundadores, honoríficos y socios presentan diferentes tipos de técnicas artísticas como el dibujo, la escultura, la arquitectura, el grabado, decoraciones, música, literatura o, por supuesto, pintura. Aquella exposición histórica fue un éxito, y muchas personas terminaron completamente admiradas y aplaudiendo ante pinturas que se consideraban totalmente experimentales, pues eran muy diferentes a las habituales de la época. Sin embargo, hubo algunos críticos que no vieron con buenos ojos aquellos nuevos modelos que se presentaron aquel día.

Aunque no sería hasta que el crítico Louis Vauxcelles escribiera en el periódico una columna en la que mencionaba a un ‘Donatello entre fieras’, cuando se comenzase a llamar así al movimiento de estas nuevas pinturas. La frase en francés es ‘Donatello chez les fauves…’ siendo la palabra fauves ‘fieras’ en español, y Vauxcelles dijo eso porque en el salón de exhibición de las pinturas había una escultura con el mismo estilo de las del artista Donatello realizada por el escultor francés Albert Marque, que, al estar rodeada de pinturas con un estilo tan diferente, parecía no estar al mismo tono del resto de la exposición según el crítico.

Sea como fuere, lo cierto es que aquellos jóvenes artistas no parecían tener aún un manifiesto, es decir, una idea clara bien reflejada sobre el mensaje de sus obras o de su movimiento, pues cada uno representaba algo diferente a través de sus imágenes, generalmente paisajes o retratos de personas, lo cual tampoco fue un problema, pues era la base del movimiento en sí.

Hubo un elemento que caracterizó las obras del Fauvismo casi por encima de cualquier cosa, y fue el color. Por ello, seguro que con ver solo algunas de las obras más representativas del Fauvismo podrías darte cuenta enseguida de cómo los colores jugaron un papel fundamental en este estilo artístico, con colores vivos, agresivos y figuras impresionantes, simples, o incluso como distorsionadas a la vista.

Los fauvistas, además, utilizaron colores vibrantes y no naturales de una manera absolutamente audaz, aplicando muchas veces pigmentos directamente del tubo sin necesidad de mezclarlos. Esta elección de colores expresivos tenía como objetivo transmitir emociones y sensaciones más que reproducir la realidad de manera fiel., lo que ya era una ruptura directa con muchos otros estilos anteriores.

En definitiva, este estilo, aunque breve, fue muy útil en la historia del arte porque hizo que se comenzara a estudiar más la teoría del color, la cual hablaba sobre la importancia, la sensación y el valor que tiene cada color con respecto a una imagen. Al igual que la luz, que también jugó un gran papel en las obras fauvistas, con pintores prestándole especial atención a los colores de las sombras y los reflejos. Es por ello que, en ocasiones, se lograban ver retratos de personas con diferentes colores en su rostro, colores que no eran iguales a los que se venían haciendo anteriormente.

Algunos de los artistas dentro de este movimiento fueron Henri Matisse, André Derain, Raoul Dufy o, en menor grado, George Braque. En sus obras se puede notar cómo usaban colores primarios para plasmar sus ideas, así como la diversidad de estilos y enfoques que hubo entre unos artistas y otros, en una interpretación variada de la idea del color y de la forma o de su expresión.

Otros ejemplos importantes de artistas y de obras fauvistas destacadas del Fauvismo fueron:

• “La alegría de vivir” (1905-1906) o “La danza” (1910), de Henri Matisse.
• “Casa en la costa” (1906), de Kees van Dongen.
• “Retrato de André Derain” (1905) o “La piscina de Luxemburgo” (1902), de André Derain.
• “El puerto de Collioure” (1905), de Henri Charles Manguin.
• “El puerto de Marsella” (1905), de Othon Friesz.
• “Barcos en el puerto de Collioure” (1905), de Charles Camoin.
• “Retrato de la señora Matisse” (1905), de Raoul Dufy.
• “Mujer en un jardín” (c. 1910), de Anglada-Camarasa.
• “El puente de los suspiros” (1910), de José de Togores.
• “Jugando en el Parque” (1911), de Manuel Benedito.